lunes, 28 de febrero de 2011

POR UNA EDUCACIÓN REALMENTE INTEGRAL.


Grupo de estudiantes de Educación Intercultural Bilingüe del Instituto Pedagógico Rural El Mácaro, Extensión Zulia en actividades socio-ambientales, Vereda de El Lago. Año 2009. Maracaibo, Venezuela.


Panorama, domingo 20 de febrero de 2011

POR UNA EDUCACIÓN REALMENTE INTEGRAL.

Hoy se insiste mucho en que la educación debe ser integral. Sin embargo, en el sistema educativo se educa muy poco y lo integral brilla por su ausencia. La educación integral resulta a lo sumo una aspiración, y por lo general, una expresión aunque muy repetida, vacía de sentido.

Esto es tan cierto que muchos identifican como educación integral a la educación primaria, sin analizar que están entendiendo por integral, más allá de que un único maestro da todas las materias.

Otros hablan, por ejemplo, de las escuelas bolivarianas son integrales porque se les da de comer a los alumnos y en las tardes tienen algunas actividades cuturales, recreativas o de manualidades.

Por lo general, la educación se sigue limitando a impartir una serie de conceptos y conocimientos que los alumnos deben memorizar y repetir. Incluso hay escuelas que, dado lo muy poco que se aprende en ellas, parecen limitarse a ser meros depósitos de niños mientas sus padres trabajan.

Otras no pasan de parecer simples comedores donde los alumnos desayunan, almuerzan y meriendan sin plantearse en serio convertirse en centros de educación y aprendizaje, que es lo que esencialmente deben ser. Si bien es cierto que es imposible aprender con la barriga vacía, llenar las barrigas no conduce necesariamente a más y mejores aprendizajes si la alimentación no está al servicio de la educación.

Lo mismo pueda pasar con las computadores. No por dotar de computadoras a las escuelas automáticamente va a mejorar la educación. Las computadoras serán un instrumento extraordinario que contribuirá a mejorar la educación sólo si se las incorpora a un proyecto pedagógico y ético orientado al aprendizaje.

Por lo general, los centros educativos se instruye algo, pero no se educa, o se educa poco y mal. Se aprenden algunas cosas, pero no se aprende a vivir ni a convivir. Muchas escuelas, liceos y hasta universidades, suelen empobrecer, más que enriquecer a la persona.

Promueven la repetición, penalizan la discrepancia y la exploración de nuevos horizontes diversos. Invocan con frecuencia la libertad de enseñanza, pero resultan incapaces de enseñar libertad.

En cuanto a los políticos, y son palabras de Eduardo Galeano, “en los discursos, mueren por la educación, y en los hechos la matan…; en los hechos estimula la colonización mental de las nuevas generaciones”.

Una de las razones esenciales de que la educación esté tan mal es que la mayoría de las autoridades educativas son burócratas o funcionarios, que han llegado al cargo por amiguismo o fidelidad política y no por méritos, y algunos no tienen ni idea de lo que significa educar, e incluso deseducan con su prácticas autoritarias o excluyentes.

Hoy se habla tanto de participación, ¿por qué no se eligen a las autoridades por concurso de méritos?

Por lo general y a pesar de que hoy se habla mucho sobre la importancia de la educación y sobre la necesidad de mejorarla, la educación sigue girando en un mundo irreal e intrascendente, de conocimientos muertos, donde el saber, en vez de ser capacidad para vivir plenamente, se concibe como acumulación de datos inconexos, fechas, fórmulas, definiciones, números…, recital de un rito sin sentido.

Se olvida que educar es servir, poner la propia persona al servicio de la promoción del otro. Por ello, no basta con proporcionar educación a todas las personas, sino que se trata también de educar a toda la persona. Esto es lo que significa integral.

Educar razón y corazón, inteligencia y sentimientos, memoria e imaginación, voluntad y libertad. Educar los sentidos, pies y manos, estómago y sexualidad.

Educar a cada persona como ciudadano del mundo pero también hijo de su aldea, de su región, de su país. Educar para llegar a ser, para convertirnos en esa persona plena y feliz que estamos llamados a convertirnos, en ese ciudadano trabajador y solidario, verdaderamente comprometido con el bien común, gestor de vida y dador de vida.

Es lo que los griegos llamaban la vida bella, o que luego va a ser recogido en el ideal humanista de “Mens sana in corpore sano” (Mente sana en cuerpo sano), es decir, la salud integral, el desarrollo de todas las potencialidades, para que podamos alcanzar la cumbre de nuestra vocación de llegar a ser hombres y mujeres verdaderos. O, con una expresión, que recoge muy bien la espiritualidad ignaciana: “hombres y mujeres para los demás, con los demás”.

ANTONIO PÉREZ ESCLARÍN